DE PAÍSES PUTREFACTOS
José G. Estrada
Dicen los que saben que el Creador Supremo, quienquiera que sea, concedió al ser humano, al momento justo de su creación, cinco sentidos básicos: visión, audición, gusto, olfato y tacto, con la finalidad de que éste contara con las herramientas indispensables para sobrevivir en un mundo totalmente hostil y absolutamente contrario a la idea de su permanencia constante sobre la faz de la tierra. Hay quien afirma que existen hasta veinte sentidos que permiten al ser pensante hacerse de la información del medio ambiente para tomar decisiones, pero este ya es otro cantar al cual no le entraremos por no ser el tema de esta arenga.
Armado con estos artilugios corporales, durante el transcurso de toda la historia, nos hemos lanzado a la conquista de la cruel naturaleza que nos rodeaba. En la época justa anterior a las cavernas, uno de los sentidos que más se desarrollaron y de los cuales dependió en gran medida la evolución posterior, fue el del olfato, pues de éste dependía que los cavernícolas ingirieran alimentos en buen estado de conservación y estuvieran atentos a la comida en estado de descomposición, pues un error o descuido en la ingesta podría significar la muerte no sólo individual, sino de toda la colectividad que componía las incipientes tribus. De allí que desarrollamos un olfato especialmente sensible a las putrefacciones de todo tipo y origen.
Es una verdadera lástima que este sentido del olfato no nos esté sirviendo en la actualidad para darnos cuenta del lamentable estado de putrefacción en que se encuentra nuestro país: durante el año pasado hubo alrededor de 21 mil homicidios dolosos (20,789 para ser exactos), lo que representa un rango de cerca de 17 de estos delitos por cada cien mil habitantes, es decir, con cifras similares a cualquier país africano o sudamericano en plena guerra civil, y en lo que va del 2017 parece que vamos “similarmente en aumento” como dijera un ínclito asesor de seguridad; en materia de secuestros ni para qué dar cifras, pues es un delito del cual ni siquiera se llevan datos que se acerquen a una mediocridad confiable, lo único que nos damos cuenta día a día es que más y más conocidos cercanos son víctimas de este cáncer; y bueno, a nivel nacional nada más y nada menos más del 98% de todos los crímenes que se comenten quedan en absoluto estado de impunidad; se acaba de detener en Estados Unidos al fiscal estatal en funciones de Nayarit, acusado de crímenes relacionados con el narcotráfico; los escándalos de corrupción gubernamental ya hasta dejaron de ser noticia, porque ya no alcanzamos a contarlos ni a comprenderlos, y haría falta una sección completa en los periódicos y noticieros para dar cuenta de los mismos;
en el Estado de Veracruz un juez federal concede un amparo para dejar en plena libertad a un violador confeso de una menor, miembro de la innombrable banda conocida como de los Porkys, no obstante existir elementos probatorios de sobra en el expediente que lo incriminan plenamente; en la Ciudad de México un conductor de un BMW, en absoluto estado de intoxicación etílica, provoca la muerte de cuatro de sus acompañantes en una espectacular accidente, y está a punto de salir en libertad bajo fianza y sin culpa grave debido a que la fiscalía ha tenido problemas para acreditar que el susodicho iba ebrio, debido a las deficiencias históricas o selectivas con las que las policías y agentes del Ministerio Público actúan en estos casos; y bueno en fin, nos podríamos pasar la tarde reseñando en estas líneas los signos o señales que nos indican, sin lugar a equivocación, que el país realmente se está pudriendo.
Lástima que la sabia naturaleza no nos dotó de una herramienta similar a la del olfato primitivo, como el de nuestros ancestros, con el cual identificaban plenamente cuando se encontraban ante una suculento corte de mamut echado a perder, para poder discernir ese aroma inconfundible de la corrupción social generalizada.