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CRISIS SISTÉMICA

El pasado viernes 20 de enero Donald Trump rindió como el 45º Presidente de los Estados Unidos. Sin experiencia previa en cargos públicos, se inauguró como la personificación de la crisis sistémica que se vive en todo el mundo occidental. Regiones aparentemente disimiles han ido reaccionando al mismo fenómeno de formas que en otro tiempo habrían sido inexplicables. Tal crisis ha marcado el incipiente siglo XXI en ambos lados del Atlántico. 

 

Tras la catástrofe que significaron las hipotecas basura, misma que se esparció como un virus desde Nueva York al resto del mundo, el sueño del Estado del Bienestar se diluyó y con él la fe de importantes segmentos de la población en los sistemas democráticos y de partidos. Estudiantes enfrentados a la falta de oportunidades; retirados, obreros y clases medias amenazadas en sus derechos laborales y de seguridad social; familias obligadas a renunciar a sus hogares. 

 

En Europa a la recesión económica, apenas comparable con la Gran Depresión de principios del siglo XX, pronto se sumó la marisma humana consecuencia de la inestabilidad política y el fantasma de la guerra en Oriente Medio. En nuestro hemisferio al surgimiento apoteósico del Socialismo Bolivariano, anclado en el petróleo venezolano, siguió su estrepitosa caída adhoc con la de los precios del crudo y el cambio de rumbo en Argentina y Brasil. En este último caso bajo circunstancias por demás complejas y traumáticas para una democracia consolidada. 

 

A la poste casi todos hemos enfrentado una década extraordinaria y difícil. España y su crisis de desempleo y de partidos; Francia, Hungría, Austria y Alemania con el surgimiento de la extrema derecha radical;

Grecia bajo la sombra de la deuda externa y la cuasi salida de la zona Euro; el Reino Unido y su Brexit; América Latina toda con sus característicos sobresaltos y la corrupción omnipresente; y México y EU, vecinos hoy enfrentados desde sus Gobiernos, coinciden en el rechazo masivo a las clases políticas tradicionales.

 

La crisis sistémica en occidente no ha terminado, Trump es ejemplo y cenit de ello. Ante tal panorama solo queda aferrase a los valores democráticos y de unidad nacional. El nuestro es un País con un peso específico en el concierto internacional. Más allá de ser la 11ª economía del mundo, somos una nación de enorme riqueza

cultural, influencia regional y que goza de libertades económicas y sociales envidiables para la mitad de los seres humanos. 

 

Además de la evidente amenaza exterior que representa la xenofobia y el cortoplacismo del nuevo Presidente gringo, no debemos ignorar la decepción de millones de mexicanos con la democracia y el advenimiento de salvadores improvisados y demagogos. Fue justamente esto último lo que permitió la llegada del empresario de pelo curioso a la Casa Blanca. 

 

Cerremos filas en torno a nuestras instituciones. Apostemos por la profesionalización del servicio público y la transparencia. Recordemos ese México que a pesar de los embates externos y las traiciones internas siempre ha sabido sobreponerse. Aportemos ideas y reflexiones desde la trinchera de la serenidad y la paz. Reivindiquemos nuestra fe en este País y en nuestra patria chica: Zacatecas. Solo así, con unidad, dignidad y seriedad, sabremos navegar por las aguas tormentosas de nuestro tiempo. 

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