DE ADEFESIOS CONSTITUCIONALES
Como hartas en número en relación a los sucesos que acontecen en nuestro país son mera estadística de hipocresía, me referiré en esta insulsa perorata a los festejos recientes del adefesio que por Constitución tenemos, aunque en los comentarios que haré me lleve más de una exaltación verbal de alguno que otro disque patriota mexiquense, perdón, mexicano.
Bien es sabido que en todos los discursos oficiales, esos de diputados, de senadores, de secretarios de despacho y de no despacho, de terratenientes pueblerinos que tienen por cargo la máxima silla del rancho, y, en fin, hasta del Preciso, se hace una arenga discursiva sobre las características positivas, la unicidad inequívoca, las bondades en justicia, el camino a seguir, el texto que nos da patria y por el cual existimos como nación, la llamada Carta Magna, el libro que debemos poner por encima de todos en nuestra biblioteca, y, en fin, toda esa parafernalia farragosa que nos recetan en los somnolientos honores a la bandera de los lunes por la mañana, decía, es sabido que nos encontramos, actualmente, y contrario a lo que se dice, ante una Constitución vilipendiada, violada, olvidada, trasnochada, llena de derechos válidos, pero para la clase política, y, para acabarla de amolar, con una hipocresía discursiva que raya en lo kafkiano. ¡Ah!, me olvidaba, también se nos dice que desde el preciso momento que nos enseñamos a leer deberíamos dar prioridad a este adefesio que a la propia Biblia o al Principito, o a los textos de Gabriel García Márquez, sólo por decir algo. Me explico.
Se nos machaca que la Constitución de cualquier país se divide en dos partes, una llamada dogmática y otra llamada orgánica. La segunda parte, es decir, la orgánica, es una especie de plano arquitectónico que contiene la estructura, organización y funcionamiento del Estado, del gobierno, la forma como debe estar sustentado el ejercicio del poder, y allí tenemos que dizque para ser un pueblo que ha entrado a la modernidad mundial, debemos tener un poder ejecutivo, un poder legislativo, y un poder judicial, cada cual con sus funciones específicas; y también se establece, allí mismo, que debemos tener un sistema de partidos políticos, comisiones de derechos humanos, Pemex, la Comisión Federal de Electricidad, comisiones de competencias económicas, Suprema Corte, Tribunales Colegiados y no Colegiados, cuerpos edilicios de regidores que sólo sirven para chuparse el presupuesto total de los Ayuntamientos, dos mil presidencia

municipales en Oaxaca, comisiones de la verdad, y de la mentira, comisiones de sorteos y chicles diversos y unos miles de etcéteras que aquí no acabaríamos de enumerar, y que por cuestiones de espacio y salud mental, no haremos. La primer parte de la Carta Magna, establece, o reconoce, según quien diga, una serie de derechos o prerrogativas de que gozarán los habitantes y ciudadanos de este nefelibato país. Aquí son famosos, por su idealismo, los derechos a la salud, al trabajo bien remunerado, a gozar de una vivienda digna y decorosa, a no ser molestado indebidamente por las autoridades, a una educación de calidad (de verdad, así dice), y muchos y muchos otros que son meras ideas demagógicas de quienes tienen la capacidad y el poder de establecer tanta mentira, para ver si la gente realmente se lo cree, pues como siempre, pensamos que cambiando las leyes, cambiaremos la realidades ingratas.
A lo que voy, ya para concluir, es que la actual Constitución Mexicana es algo parecido a una amalgama informe que sería irreconocible por los llamados “padres fundadores” de esta nación, pues nada más y nada menos ha sido reformada más de 700 (setecientas, leyó bien) veces desde 1917; es en extremo detallista en algunas partes, por ejemplo cuando establece hasta de cuántos minutos de publicidad gozará determinado partido político; es inaplicable en muchos derechos (salud, educación de calidad, vivienda, etcétera), pues dice que la gente tiene esos derechos, pero no da los mecanismos específicos para que se puedan cumplir, ni jamás dice cómo se harán efectivas tales prerrogativas; es injusta en muchas regulaciones, por ejemplo, cuando establece la fórmula a seguir para continuar financiando con cerros de dinero a los inservibles partidos políticos, y, para acabarla de amolar, el noventa y nueve punto noventa y nueve por ciento de los mexicanos no la entendería en su totalidad, pues tiene un texto incongruente, extenso y farragoso que ni los Doctos en Derecho comprenden, y si no, me remito a las pruebas que he padecido en propia piel.
Por ello, creo no habrá nada que festejar hasta que la Ley Suprema emane realmente de la voluntad de a quienes en realidad va a servir.